Patrick Alò

Patrick Alò

Patrick Alò se descubre escultor en los territorios abandonados de la marejada postindustrial, en viejas naves, en fábricas abandonadas y reconducidas a vida nueva por el fenómeno de los centros sociales. Aquí encuentra la Mutoid Waste Company, un grupo de artistas de inspiración punk, que ha animado la escena rave europea construyendo monstruos mecánicos, instalaciones dinámicas. Alò comprende que aquellos materiales, aquellas máquinas sin usar se prestan totalmente a exprimir su vena poética en un tiempo potente y magnifico. Aprende la técnica, identifica un campo preciso de investigación y abandona inmediatamente las sugestiones cyberpunks de la MWC para dar expresión a las criaturas fantásticas que invaden su imaginario. Quien conoce Roma, quien ha frecuentado aquella periferia desordenada que asedia restos de acueductos o antiguos pedazos de muralla, no puede no reconocer en las esculturas de Patrick Alò el último término de una síntesis entre dos dimensiones adyacentes y al mismo tiempo tan distantes. La imagen emana como una chispa por el acercamiento de estos dos universos aplastados el uno sobre el otro. Un perno, un muelle, una cuchilla se convierten en los ojos o la espalda de un sátiro o en el arma de un dios. Es un mundo que renace de sus propios escombros, es lo rechazado o, mejor, el rescate perseguido a través de materiales desechados por una sociedad autófaga. Estamos más allá de las invectivas de la vanguardia, vagamos en un desierto de ruinas y es sólo tiempo de reconstruir. Reconstruir un mundo inaudito pero posible, incluso necesario. No hay nada en esta alba que chatarra en la playa. Y ya a nuestras espaldas el naufragio de las ideologías, está lejos, en otra parte, el horizonte autorreferente de la academia. Alò, mientras tanto, continúa a recoger como un “bricoleure” lo que viene desechado, retirado. Hunde las manos en las vísceras de máquinas obsoletas y pone en la mira el pantheon de otra humanidad. Redescubre, en el hacer, la naturaleza ahistórica de las formas clásicas y se deja llevar. Vuelve entonces a habitar nuestro presente un dios antiguo, renace en nosotros en hierro y fuego. Se convierte en verdad, en carne a través del cansancio de fabricar, este trabajo físico que nos aleja de cualquier deriva estetizante, de débiles recapacitaciones de un conceptualismo ya frígido. He aquí entonces la centralidad de Efesto, un verdadero y propio autorretrato. El dios más humilde y, en un tiempo, el más útil; un dios escondido y negligente que orgullosamente produce las formas que nos tocará utilizar.

Antonio Rocca

Histórico del arte.